Crisis económica, clientelismo político, gasto público y confusión ciudadana.

El poco edificante espectáculo vivido durante estas últimas semanas de acusaciones mutuas sobre dispendios autonómicos, eventuales quiebras del sistema, facturas ocultas en cajones y maquillajes contables, nos obliga a considerar por enésima vez la discutible sensatez y falta de responsabilidad de nuestros representantes públicos, en un momento donde la imagen del país sigue en entredicho.

Nadie parece recoger el mensaje de desafección ciudadana y descontento juvenil lanzados desde el 15-M; la consecución y la permanencia en el poder siguen siendo los motivadores primarios de una oligarquía política instalada en un sistema esencialmente clientelista, que como muy bien apunta Buttonwood en un reciente artículo de The Economist ("Dividing the spoils"), ha quedado desmantelado por la austeridad y desapalancamiento derivados de la crisis financiera.

En efecto, en una época de muy serias restricciones, ya no quedan recursos públicos con los que negociar el favor de los votantes, tanto por aquellos políticos orientados hacia posiciones de izquierda (mediante subvenciones sindicales y subsidios de todo pelaje) como de derecha (a través del recorte de impuestos y del incremento del bienestar corporativo). En consecuencia, las lealtades políticas acaban por difuminarse; aparecen nuevos partidos y movimientos ciudadanos que canalizan el descontento general, algunos de ellos con mensajes populistas, confusos o directamente extremistas.

En este contexto, surge la tentación demagógica de prometer el oro y el moro, culpar de todo al vecino, echar balones fuera y afirmar que podemos superar las actuales circunstancias sin recortes drásticos en el gasto público, sin exigencias impositivas y sin reformas ambiciosas de las costosas estructuras y privilegios institucionales, auténtico Talón de Aquiles de nuestro sistema.

El problema aparece cuando aquellos que ofrecían sus rutilantes soluciones salvadoras acceden al poder, se encuentran con la cruda realidad socioeconómica y se ven obligados a romper sus promesas. El resultado, y coincido con Buttonwood, "conlleva sólo un mayor cinismo del votante y un mayor apoyo a los extremismos".

Es necesario, por tanto, construir una visión superior, estratégica, que con vocación de verdadero servicio público, dibuje las líneas maestras que permitan el retorno de nuestro país a una senda de viabilidad ética, económica y social. Una misión en la que todos los ciudadanos estamos implicados, sin distinción de origen u ocupación.

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